Olga presenta Conectados capitulo 1

Olga presenta Conectados capitulo 1

Mi periplo como vegetariana Siempre pensé que era bastante pionera con esta dieta en España, pero ha caído en mis manos un libro para mí de un valor incalculable. Se titula “Cocina vegetariana racional” publicado por el Dr. ADR. Vander en el año 1934. Voy a copiar literalmente su primera parte pues creo que su

Mi periplo como vegetariana

Siempre pensé que era bastante pionera con esta dieta en España, pero ha caído en mis manos un libro para mí de un valor incalculable. Se titula “Cocina vegetariana racional” publicado por el Dr. ADR. Vander en el año 1934. Voy a copiar literalmente su primera parte pues creo que su contenido es muy revelador. El libro comienza así:

En general hay una ignorancia increíble en punto a Alimentación vegetariana y al régimen más adecuado para sanos y enfermos…….., la principal base de una salud perfecta estriba en la alimentación natural.

Erróneamente el hombre fue considerado como omnívoro y siguiendo un régimen falso, es presa casi a la continua de innumerables enfermedades. Ellas devastan este mundo y hacen que el hombre se vea privado de la duración natural de su vida, esto es siete veces el periodo de crecimiento: unos 140 años poco más o menos.

Por su constitución el hombre no es carnívoro, ni herbívoro, sino frugívoro y al no seguir la alimentación natural prepara el terreno para la invasión de substancias extrañas, causa de enfermedades. Así vemos que los que se alimentan de carnes y sus derivados, dan un gran contingente a las enfermedades por trastornos de la nutrición: artritismo en general, reumatismo crónico, gota, diabetes, etc.

A Cuvier Lamarck y otros sabios naturalistas, debemos las pruebas de que el ser humano es frugívoro. Así se desprende de la comparación entre la forma de la dentadura con la de otros animales. Y lo mismo decimos de la configuración del tubo digestivo del hombre. Afortunadamente, ya se va reconociendo el error que se cometía haciendo al hombre una criatura omnívora; se va comprendiendo la necesidad absoluta de seguir una vida más natural.

A la incansable labor de muchos vegetarianos y de médicos partidarios de la Medicina Natural, se debe el que, desde hace algunos años, vaya extendiéndose la convicción de que el mejor régimen es el vegetariano: el es el que mejor se adapta a la armonía que existe entre el humano y la Naturaleza.

Pasa entonces a describir los tipos de dietas vegetarianas: lacto-ovo-vegetariana, vegetariana pura y crudívora y destaca especialmente esta última como muy eficaz en ciertas enfermedades, la describe como aún más pura porque sólo admite los alimentos más naturales para el hombre. Recomienda que el cambio de dieta se haga de forma progresiva si uno es omnívoro, puede pasar de una dieta vegetariana a otra pero en el orden descrito, ir progresivamente al principio reduciendo las raciones de carne. El autor comprende los deseos hacia ella y propone también para aquellos que no quieran privarse de este gusto del paladar entrenado desde niños, hacer una dieta semi-vegetariana (flexitariana), se comerá un poco de carne en una de las comidas y el resto serán vegetarianas, así el paladar se irá acostumbrando a esos platos nuevos. Lo considera mucho mejor que nada. El tubo digestivo queda así menos castigado y la sangre se purifica. La idea es esta: para los que se resisten a la dieta vegetariana exclusiva, vale siempre mil veces más semi-vegetariano que nada. El único problema que pone al crudivorismo es que nuestro sistema digestivo se ha adapta a las cocciones y ya no digerimos bien, pero considera que ahí es donde están todas las vitaminas y nutrientes para una salud ideal. Aunque este libro ofrece recetas con huevo. La dieta vegetariana estricta, que es la que yo practico, no contempla los huevos como alimento, veremos en el apartado de yoga esta dieta como propia también de los yoguis.

Si tenemos en cuenta que este libro se escribió antes de la guerra civil, podemos muy bien pensar que estos conocimientos y la extensión del vegetarianismo de aquella época, pudieran haberse diluido por la violencia y el hambre que se vivió posteriormente. En muchas culturas ha ocurrido y los conocimientos antiguos se perdieron durante las guerras. Aprovecharé el apartado de recetas para compartir con vosotros alguna de las joyas que he encontrado aquí.

Este libro está escrito con una sensibilidad admirable, pero seguro que su autor no fue capaz de imaginar el actual sistema de producción de carne en las granjas industriales. Mi tono no será tan cordial con lo que estamos viviendo hoy.

Lo primero que diré de la alimentación omnívora, como nos la han denominado y para que te vayas preparando para mi tono, es que nos alimentamos de cadáveres y de su sufrimiento, pagamos a otros para que realicen un trabajo despreciable, seres indefensos e inocentes son matados por miles cada segundo en estos tiempos, después de haber pasado por una vida de encierro y miseria. Yo siempre me había preguntado si los animales realmente lloran como nosotros, el llanto de las vacas y terneros es increíble, mira algún video y te darás cuenta de nuestra proximidad.

En una ocasión leí: si los mataderos tuvieran las paredes de cristal todos seríamos vegetarianos y siento decir que bajo esa hipocresía transcurre nuestra existencia. Con esta forma de comer te aseguro que tu capacidad de amar está muy reducida, tu potencial es insignificante respecto hasta donde podrías llegar. El amor nos da en realidad miedo porque va asociado a la pérdida y al sufrimiento. Si te atreves a amar con plenitud, tu vida habrá merecido la pena. Cuando menciono al amor no me refiero al amor sólo de pareja, me refiero al amor fraternal, al de los padres y al que sentimos por nuestros hijos, a la capacidad de amar nuestro entorno, los paisajes y las criaturas que habitan en ellos sin importarnos que se trate de un escarabajo, un perro o una gallina. Ese amor puede crecer en nosotros y extenderse en múltiples direcciones y es ese amor el que te estás perdiendo. Ese amor te inunda como un río y te hace sentir en sintonía con tu entorno, en conexión con otras formas de vida. Creo que el ser humano ha rastreado poco su capacidad de amar. Hoy crecen en todos los países los movimientos contra los mataderos y hay grupos de personas que acuden a despedirse de los animales que van a morir, algunos lloran cuando los ven bajar de los camiones, un ser humano carnívoro no puede entender esta empatía, pero es real y se cultiva con la dieta.

La dieta vegana rechaza todo alimento que procede de los animales, derivados lácteos y huevos. En estos últimos tiempos es una corriente que se está extendiendo mucho. Este movimiento seguirá creciendo mientras los animales sean tratados como cosas. Cuando leas el apartado 6, el tratamiento que sufren los alimentos, entenderás qué hay detrás. Los que hemos sido capaces de ver algún vídeo de estos procesos industriales lo tenemos muy claro y estas imágenes se están extendiendo como la pólvora, están revelando la realidad oculta tras las paredes. También existe el flexiveganismo y flexivegetarianismo, donde las personas optan por estas dietas pero esporádicamente comen pollo, huevos, pescado, si se descartan las carnes rojas. No me parece mal esta opción como un camino para ir avanzando. Así consiguen calmar su sed de estos alimentos si se les presenta. Esta es la propuesta también de nuestro razonable doctor Vander.

Hoy las personas que optan por este tipo de alimentación a veces se las ve como extravagantes, si tenemos en cuanta que antes la alimentación era mucho más moderada, quizás la perspectiva correcta sería considerar extravagantes a los que abusan de los alimentos procesados y comen en exceso explotando nuestro pobre planeta.

Defiendo la dieta vegana como una alternativa más humana hacia nuestro entorno, practico la dieta vegetariana en la que sólo incluyo los derivados lácteos, cuando sé cómo han sido tratados los animales y rechazo todos estos productos cuando proceden de granjas industriales. Esta dieta la practico, desde hace 25 años. Pero sólo apoyaré las producciones ecológicas o biodinámicas certificadas en los alimentos, con un trato humano hacia los animales, procuro haber visitado las granjas y conocer a sus productores.

Procedo de una familia tradicional, nacida en los años 70 en un periodo en el que aún nuestros abuelos nos recordaban los tiempos de la posguerra, el hambre y la miseria. Mi madre aún conserva como recuerdo las cartillas de razonamiento, unos papelitos que se debían entregar para recibir las raciones diarias de comida. Durante la generación de nuestros padres, yo creo que ante tanta adversidad, surgieron grandes empresarios, hombres luchadores que consiguieron levantar negocios prósperos, ese fue el caso de mi padre, un luchador infatigable. Pienso que los tiempos de guerra y de posguerra marcaron profundamente la forma de comer posterior, el descubrimiento del libro sobre vegetarianismo del año 34 me afianza esta idea. No podía faltar la carne ni el pescado a diario en las nuevas familias. Eran productos caros que no se habían podido consumir. Así nuestra dieta en casa era la comida de ½ día con carne, pollo o filetes y cena con pescado siete días a la semana. Mi comida favorita era el pollo con patatas, me encantaba el muslo, un día no me llegó en el reparto y llegué a reclamar la tercera o cuarta pata del animal, mis hermanos tuvieron para varios días de burlas. También comía las hamburguesas crudas cuando las preparaba mi madre en casa con ajo y perejil, siempre metía la mano en la mezcla antes de freírlas. Devoré todo tipo de marisco que mi padre compraba para las celebraciones, solo me dieron asco los percebes.

Criada entre cuatro chicos peleones, siempre me oponía y enfrentaba a ellos aunque me hicieran llorar. Llegaron a derribarme con un inmenso armario que casi me rompe la cabeza, me partieron una ceja de un cabezazo, por lo que llevé durante semanas gafas de sol para no asustar a profesores y amigos por la deformidad de mi rostro de un solo ojo. La mayoría de los golpes no eran intencionados, era el precio que había que pagar por jugar con chicos, sin embargo algunos fueron puñetazos directos, como cuando perdí un diente de leche, a mis hermanos les encantaban las peleas de gallos y las practicaban metiendo cizaña entre los dos pequeñajos, mi hermano y yo. Siempre he pensado que las adversidades nos hacen fuertes y nos permiten evolucionar, mi fuerza y perseverancia en la vida se que vienen de mis luchas de niña, por ello les estoy inmensamente agradecida.

Mi infancia la recuerdo triste, muy melancólica, me sentía por dentro en un continuo lamento existencial, ver las fotos familiares me produce escalofríos, mi aspecto apagado y mi rostro taciturno. Fui una joven muy deportista pero el deporte no aportaba luz a mi existencia. Si menciono este periodo es porque estoy profundamente convencida de que esa forma de comer tuvo un impacto muy claro en mi estado. El sufrimiento que ingerimos de los animales pasa a nuestra sangre e influye en nuestro carácter. No tenía motivos aparentes externos para sentirme así, tenía amigos, en el colegio me iba bien y mi familia era más que aceptable, el tener tantos hermanos, entre ellos dos chicas adorables, gozaba de mucho tiempo de diversión.

Fui la generación que se crió con Félix Rodríguez de la Fuente, la actividad en mi casa se paraba cuando empezaban sus documentales, nos gritábamos el comienzo del capítulo al escuchar su apasionante música. Éramos seis hermanos, durante un tiempo siete y vivíamos en una casa muy grande, nos estrujábamos todos en un pequeño sofá hasta que encajábamos, eso marcaría, sin yo saberlo, la elección de mi carrera de ingeniera Forestal y mi pasión por la naturaleza, que con los años ha ido en aumento.

Tenía 21 años cuando descubrí todo lo que no quería en la vida. Todo lo que había hecho hasta esa edad se me desmoronó como un castillo de arena bajo las olas. Cuando el ser humano se desarma es cuando se desarrollan los cambios y ante ese vacío existencial surgen nuevos caminos.

Por aquel entonces tenía un novio con el que llevaba tres años saliendo, era un chico estupendo y nos queríamos mucho, me cuidaba y satisfacía mis caprichos, íbamos al cine, salíamos a fiestas y hacíamos viajes juntos, todo era fantástico, pero ¿por qué me sentía entonces tan triste, tan vacía? Mi primera decisión fue dejar a aquel novio tan magnífico y descubrir qué me faltaba por qué me sentía tan infeliz. También entré en crisis con mi grupo de amigos, siempre los mismos planes, siempre la misma inercia y también les cerré la puerta. No tenía ningún rumbo pues no sabía hacia dónde me dirigía, pero al menos sabía la vida que no quería llevar y aunque entonces no era consciente de ello ese momento sería el principio de una nueva existencia, una vida llena de emociones y pasiones. Estos cambios siempre se juntan con miedos e inseguridades ante lo desconocido, salimos de nuestra zona de confort y las sensaciones al principio nunca son agradables. La sensación de vacío se parece a la del bungee jumping, cuando te lanzas desde una gran altura con tan solo una goma atada a tus tobillos, que probaría en mis tiempos de experimentación.

La ruptura con mi novio coincidió con el viaje fin de curso que se hacía en mi ingeniería. Nos íbamos a Madeira. Una isla maravillosa de acantilados con fuertes vientos y una naturaleza indómita. Aquello terminó de liberar mis ataduras y como si los vientos hubieran soltado mi larga melena me vi envuelta en un nuevo mundo. Siempre recomiendo viajar cerca de la naturaleza a lugares lo más vírgenes posible, ese contacto nos conecta con algo muy profundo, es como si al contemplar esa belleza descubriéramos la belleza que llevamos dentro y que tenemos oculta tras nuestros miedos.

Conocí en aquel viaje a nuevos compañeros, la verdad es que siempre habían estado ahí, yo llevaba ya más de tres años en la carrera, pero como tenía otras prioridades jamás había tenido una relación fuera de los pupitres de las aulas. Empecé a relacionarme con montañeros, para mí era un mundo completamente desconocido, ¿qué hacen, a dónde van, cómo viajan? Esa edad te da fuerzas para caminar con paso firme y me uní a un club de montaña, necesitaba un arnés, un saco de dormir y poco más. Tenía buenas piernas y buenos brazos así que me animé a probar. Después de un primer curso de escalada quedé completamente enamorada de aquello. Me sentía por primera vez libre, durmiendo bajo las estrellas y cocinando con un camping gas, jamás había experimentado nada parecido. A medida que fui conociendo a más montañeros descubrí que varios de ellos eran vegetarianos, estaban muy en forma y se preparaban para grandes cumbres en el Himalaya, cerca de los 8.000 metros de altura. ¿Cómo es esto posible? Y puestos a realizar cambios decidí que si para ellos era buena esa dieta yo también quería probar. Siempre había pensado que la falta de proteína animal te debía hacer flojucho y frágil, pero aquellos chicos eran el extremo opuesto a la flojera, además transmitían una pasión que para mí era desconocida, una energía de una pureza extraordinaria. Me enamorarme de dos de ellos, uno fue como un fósforo, en aquellos días yo quería atrapar el mundo y generalmente esa forma de funcionar suele ser un fracaso. El segundo amor se convirtió con el tiempo en mi mejor amigo y aún hoy seguimos viéndonos regularmente. Las amistades que se forjan en el campo durmiendo bajo las estrellas y compartiendo la comida, suelen crear unos lazos eternos, yo tampoco había conocido nunca esa amistad tan profunda.

Comencé mi nueva dieta con absoluta ignorancia y sin ningún estudio previo, algo por otro lado propio de la edad. Debo admitir que el camino no sería sencillo, primero suprimí sólo la carne y aún mantuve unos años la ingesta de pescado. El miedo siempre estaba presente, ¿lo estaré haciendo bien? Ese miedo me llevó a ingerir muchas ensaladas muy mal condimentadas y cargadas de lechuga que luego supe fueron el origen de mi abultado vientre, cada vez que estaba en bañador hacía esfuerzos titánicos por disimularlo tirando de él hacia atrás, en esa época las mujeres, en general, somos muy presumidas, era un vientre casi de embarazada de 3 meses. Pero ese no era el peor problema, junto al vientre vinieron gases y una pesadez continua.

Estos pequeños obstáculos no me hicieron dudar del camino pues lo que si percibía es que algo en mi interior me decía que la ruta era correcta y sentía muchísima energía en la práctica de mis deportes. Unos dos años después de dejar la carne, el pescado me abandonó, si lo expreso así es porque fue literal. No olvidaré nunca el día, regresábamos de una extenuante ruta en Picos de Europa, comenzamos en el lago de Covadonga, cuando aún estaba permitido acampar allí, tras una jornada entera de marcha llegamos a Poncebos, nos cruzamos el macizo de lado a lado. Era mi primera ruta con macuto grande, sólo lo había usado en el inter-rail y como buena novata lo llené hasta los topes, me sentía como si cargara piedras, la caminata duró cerca de nueve horas por zonas muy rocosas, primero hacia arriba y luego hacia abajo. Aquello era agotador, pero al mismo tiempo me hacía sentir viva, capaz de cruzar montañas enteras. El plan del día siguiente parecía sencillo pues era la ruta del Cares un paseo muy turístico en plano. Jamás he vuelto a vivir un infierno así, ni me he vuelto a sentir tan ridícula, mis piernas no respondían por el dolor de las agujetas y caía una y otra vez contra las paredes de la ruta sobre mi mochila como si fuera un peso muerto, recuerdo las risas de mi compañero al ver mi deplorable estado. Pensaba en aquellos frescos paseantes, qué pensarían de mi. Después de la travesía, donde nos habíamos alimentado de forma muy simple, pasta, sopas, cereales, frutos secos, llegamos a la población donde finaliza la ruta del Cares, Caín, en realidad comienza para todos, pues es donde llega la carretera, nosotros la hicimos al revés. Pedimos una ración de sardinas. Aquel pescado sería el último que ingeriría en mi vida, tal cual entró en mi cuerpo salió de forma estrepitosa. Por aquel entonces no lo argumenté demasiado, simplemente el pescado se había ido de mi vida. Con el transcurso de los años he pensado que quizás la montaña, la pureza de las aguas, los paisajes, y mis comienzos en la práctica del yoga contribuyeron a una primera depuración tanto en mi cuerpo como en mi mente que me hicieron rechazar lo que también era un cadáver sufriente. La práctica regular de yoga con una cierta intensidad produce en muchos practicantes este rechazo, yo lo he visto entre numerosos amigos e incluso en la más escéptica que era mi madre, se ha hecho regular en la práctica de yoga y ha llegado también a vomitar la carne, la misma madre que me insistía de joven muy preocupada que tenía que comerme el pollo y el filete.

Durante un tiempo, al terminar la carrera, decidí que estaba libre de las imposiciones sociales, me dediqué a ganar dinero y viajar. Así estuve cerca de dos años recorriendo mundo y trabajando. Llegué, en mi búsqueda de aventuras, a ser especialista en el programa de televisión “El juego de la oca” en la época que lo presentaba Pepe Navarro. Me hablaron mucho mis compañeros que habían trabajado en los rodajes anteriores cuando fue presentado por Emilio Aragón, me hubiera encantado conocerle, carismático y tratando a todo el mundo como una gran familia, provenía del mundo del circo. Tuve la oportunidad de conocer que hay detrás de nuestras pantallas, descubrir una mezcla entre frivolidad y compañerismo asombrosa. Conocí de cerca la anorexia, pobres chicas, su papel en el programa era ser los adornos de la piscina, tenían que estar siempre en bañador luciendo sus cuerpos perfectos, no hacían absolutamente nada más, no se movían. La bailarinas también eran esclavas pero al menos ellas si cambiaban de posición, madre mía y de qué forma. Allí probé la caída libre desde una grúa que instalaron, me bañé con pitones de cinco metros en un barreño grande al que llamaban piscina. Me metieron en túneles con fuego, teníamos que comprobar la peligrosidad de las pruebas, antes de que vinieran los concursantes reales, éramos las cobayas. Las pruebas siempre se intentaban con las mínimas medidas de seguridad, sin trajes ignífugos, se veía en las cámaras más bonito. Yo disfrutaba, pasaba el día con un arnés colgada por todas partes y además me pagaban muy bien, ¿que más podía pedirle en aquella época a la vida? En una ocasión se perdió en los estudios una pitón, una de las más largas y durante días todos vivimos con miedo, los chicos de las luces ahí colgados en lo alto del estudio confesaban que les daba miedo coger los cables por si era la serpiente, yo llegué a imaginarme al chiquitín que danzaba por allí, el hijo del mago, siendo ingerido por la gran serpiente. Su dueño, el que las cuidaba, un día me contó como un despiste casi le costó la vida. Cuidaba todo tipo de animales y sabía que después de estar con los conejos y antes de entrar con las pitones debía lavarse muy bien para evitar el olor, un día olvidó la precaución y la serpiente le enroscó entero, de pies a cabeza, el sabía que tenía unos segundos de vida si la serpiente seguía apretando, pero algo debió saltar en la cabecita del reptil, quizás el tamaño tan grande de su alimento y la pitón le soltó sin producirle daños serios. Unos día después la encontraron y volvimos a nuestra extraña rutina de grabación.

Sólo hubo una prueba que no conseguí realizar, yo adoraba por entonces y por supuesto aún adoro a los animales, jamás les he tenido miedo, esa fue una de las razones por las que me contrataron, pero nunca fui capaz de meter mis manos en las montañas que me ponían de gusanos anillados, unos muy pequeños que hacían un ruido espantoso al moverse. En aquella época de inconsciencia no pensé en sus miserables vidas fuera de su entorno natural, cachorros de león, higuanas, serpientes, ocas y todo tipo de insectos y reptiles, todo era válido con tal de divertir. Es cierto que en ninguna prueba se les hacía sufrir, no había en ese aspecto maltrato, pero mientras yo disfrutaba de mi absoluta libertad ellos habían sido privados de la suya.

Actualmente aborrezco los circos con animales, ya no soy capaz de disfrutar con su condena a la esclavitud no elegida por ellos y no remunerada. Esta sensibilidad también se va despertando y ya hay numerosas zonas donde se están prohibiendo. Mi sobrina es voluntaria en un centro donde atienden a esos monos rescatados de circos, ella ha estudiado psicología y trata de paliar su dolor, algunos mejoran, pero los que fueron mutilados o sufrieron en extremo no se recuperan. Ahora solo acudo a los circos de personas, me maravilla lo que el ser humano entrenado es capaz de hacer.

Los años me dieron madurez, asenté la cabeza y me casé, entendí que una dieta correcta requería algo de estudio y realicé con mi marido un curso de medicina natural, donde descubrí qué eran los aminoácidos, de dónde procedían y qué era y no era un aminoácido de buena calidad, cómo conseguir así una proteína correcta. Descubrí la importancia de la combinación de los alimentos y aprendí a trocear la lechuga para facilitar su digestión y evitar gases, descubrí que con salsas las ensaladas se digieren mucho más fácilmente. Mi abultado vientre desapareció y con él también se fue un severo trastorno intestinal que me había durado años, alternando diarreas y estreñimientos. Decir que este problema lo arrastraba desde mis tiempos omnívoros y que lo achaco a mi gran dosis de estrés de aquella época.

Esos conocimientos además de fijar mi dieta y mejorarla, me permitieron encontrar argumentos para defenderla ante los numerosos cuestionamientos por parte de familia y amigos. Porque si algo debes saber antes de adentrarte en este mundo es que serás cuestionado. En realidad descubrirás que no se te cuestiona a ti, que son ellos los que se sienten cuestionados, pues aunque tu no digas nada, tu boca no pronuncie palabra, tus compañeros de mesa se sentirán amenazados por tus hábitos. ¿Qué pasa que entonces lo que yo como no es bueno?

Pude también, con esta base, afrontar una de las etapas más difíciles de mi trayectoria, pasar por un embarazo. Estamos hablando del año 2002. En aquella época en España apenas se había oído hablar de vegetarianismo, los restaurantes en Madrid se podían contar con los dedos de una mano. La mayoría de mis amigas vegetarianas abandonaría la dieta en este periodo.
A mí me tocaría un médico que después de someterme a un pequeño cuestionario me dijo de forma tajante: Señora yo a usted no le llevo su embarazo pues no será viable. Ya tenía bastantes tablas por entonces y me salió una contestación creo que bastante apropiada, le pregunté si no había viajado nunca. En esa época ya había visitado la India en numerosas ocasiones y tenía buenos amigos allí, todos ellos vegetarianos y con unos hijos estupendos. Como entendí que lo del médico sería complicado y no tenía interés en pelearme con ninguno, decidí llevar a cabo las revisiones y los análisis que marcaba la seguridad social y quedarme sin médico. Fue en la única etapa de mi vegetarianismo en la que en mis analíticas me salió un poco bajo el hierro, los médicos me dijeron que eran parámetros aceptables para ese estado, que prácticamente todas las embarazadas los tenían.

Nunca me ha vuelto a salir una analítica incorrecta y no he tenido las famosas faltas de B-12 que parecen ser también comunes en esta dieta. Mi marido si ha tenido que tomar en alguna ocasión suplementos de esta vitamina por su bajada, se detecta fácil por la presencia de mareos. Con esta dieta fabriqué un bebé de 3,100 g de peso en perfecto estado de salud. Esta etapa, si debo confesarlo, fue la única en la que al ir al supermercado el olor al jamón serrano me atrapaba. Mi sed de proteínas pude calmarla con la ingesta enorme de peanuts, cacahuetes fritos con miel que se encontraban en casi todas las tiendas de 24h. Ese sería mi mayor antojo. En este periodo si tomé suplementos de hierro.

La Asociación de Nutrición y dietética americana (eat right) en su último informe sobre las dietas veganas y vegetarianas, afirma:

Las dietas vegetarianas y veganas adecuadamente planificadas, son saludables, nutricionalmente adecuadas y pueden proporcionar beneficios para la salud en prevención y el tratamiento de ciertas enfermedades. Estas dietas son apropiadas durante todas las etapas del ciclo de la vida, incluidos el embarazo, la lactancia, la infancia y la adolescencia y para los atletas.

Alfredo Borges
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