Este consumo excesivo tiene un efecto directo sobre el clima. La humanidad está en deuda. Año tras año, consume más recursos de los que la naturaleza puede proporcionar cou_03_19_wide_angle_ethics_01_website.jpg Minimum Monument, proyecto de arte efímero de la artista brasileña Néle Azevedo. Cientos de figuritas de hielo se derriten debido a la temperatura una vez instaladas.
Este consumo excesivo tiene un efecto directo sobre el clima.
La humanidad está en deuda. Año tras año, consume más recursos de los que la naturaleza puede proporcionar cou_03_19_wide_angle_ethics_01_website.jpg
Minimum Monument, proyecto de arte efímero de la artista brasileña Néle Azevedo. Cientos de figuritas de hielo se derriten debido a la temperatura una vez instaladas. São Paulo (Brasil), 2016.
La humanidad está en deuda. Año tras año, consume más recursos de los que la naturaleza puede proporcionar. Este consumo excesivo tiene un efecto directo sobre el clima. Para comprender mejor la problemática en juego, el biólogo y filósofo Bernard Feltz esclarece las complejas relaciones entre el hombre y la naturaleza al tiempo que se centra en los aspectos éticos de la gestión del cambio climático.
Como dimensión de la crisis ecológica, el cambio climático prepara el terreno para una reflexión más específica sobre la relación entre ciencia y política. Bernard Feltz
El cambio climático es uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo y afecta tanto a nuestra vida cotidiana como al orden geopolítico mundial. Es una de las dimensiones de una crisis ecológica planetaria, consecuencia directa de las complejas relaciones entre los seres humanos y la naturaleza. Estos vínculos pueden dividirse en cuatro enfoques principales.
El primero, el de Descartes, considera la naturaleza como un conjunto de objetos puestos a disposición del ser humano. El filósofo del siglo XVII, contemporáneo de Galileo y considerado el gran precursor de la modernidad, desarrolla el proyecto de una ciencia de la vida análoga a la ciencia física emergente. Defiende la idea de una “máquina animal”. Lo vivo no es más que materia inerte organizada de manera compleja. Solo el ser humano tiene un alma sustancial distinta del cuerpo, hecho que lo convierte en la única especie respetable. El resto de la naturaleza, viva o inerte, forma parte del mundo de los objetos a disposición de la humanidad. Descartes no respeta el medio ambiente, lo considera de manera meramente utilitaria y estima que es un recurso infinito del que el hombre puede sacar provecho sin complejos. Podemos adivinar cuántas de estas premisas han conducido al uso indiscriminado de la naturaleza en todas sus formas: agricultura, pesca y ganadería intensivas, agotamiento de minerales, contaminación de todo tipo…
Otro enfoque, el de la ecología científica, aporta una perspectiva completamente diferente del mundo. En 1937, el botánico británico Arthur George Tansley propuso el concepto de ecosistema, que revolucionaría la relación científica con la naturaleza. Este concepto remite a todas las interacciones de las distintas especies vivientes entre sí, y de todos los organismos vivos con el entorno físico: suelo, aire, clima… En este contexto, el hombre se redescubre a sí mismo como parte de la naturaleza, como elemento del ecosistema. Además, ese ecosistema es un medio ambiente finito, con poblaciones limitadas de antemano tanto desde el comienzo como en etapas posteriores de la actividad humana.
Pero muchos pensadores consideran que el enfoque de la ecología científica es insuficiente. Los adeptos de la ecología profunda (deep ecologists), por ejemplo, creen que el núcleo del problema en el enfoque científico, incluido el ecológico, es el antropocentrismo. Defienden una filosofía de la totalidad que integra al ser humano con todo lo vivo en su conjunto sin concederle ninguna categoría especial. El respeto por el animal es análogo al respeto por lo humano.
El cuarto enfoque de las relaciones entre el hombre y la naturaleza intenta mantener una distancia prudente del radicalismo de los deep ecologists, subrayando a la vez la pertinencia de la crítica de la ecología científica. La naturaleza y el ser humano coexisten y se compenetran en un espacio vivo más respetado. Un animal puede ser respetable sin que se le conceda la misma categoría que a un ser humano.
Una especie viva, un ecosistema particular merecen respeto como logros notables de la naturaleza, al igual que una obra de arte es un logro señero del hombre. La dimensión estética de una obra remite a una dimensión fundamental de la realidad, que únicamente el artista es capaz de revelar. Pero esa relación no significa que la obra que se respeta adquiera categoría humana. Cabe establecer una jerarquía de valores. Lo animal, algunos ecosistemas o determinados paisajes alcanzan respetabilidad en virtud de una modalidad dual: es el hombre quien decide respetarlos y lo hace de una forma que no equivale al respeto que manifiesta hacia lo específicamente humano.
En la encrucijada de la ciencia y la política
Como dimensión de la crisis ecológica, el cambio climático prepara el terreno para una reflexión más específica sobre la relación entre ciencia y política.
La ciencia tiene una gran responsabilidad en el origen del problema climático. Hemos entrado en el Antropoceno en buena medida debido al impresionante poder de las nuevas tecnologías y a su uso indiscriminado por parte de los poderes económicos: por primera vez en la historia, la actividad humana está modificando determinadas características medioambientales que afectan a la humanidad en su conjunto.
Pero la ciencia también nos hace conscientes de los problemas relacionados con la crisis ecológica y desempeña un papel decisivo en el desarrollo de perspectivas que podrían encaminarnos hacia una gestión racional de la crisis climática. La ciencia puede perdernos, pero también puede salvarnos. Integrado en una concepción más amplia de la realidad, el enfoque científico sigue siendo decisivo para atenuar el cambio climático.
Sin embargo, la democracia no es tecnocracia… En democracia, es el político quien toma las decisiones. El sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) distinguió entre la esfera de los hechos y la esfera de los valores. Por el lado del conocimiento, el científico es un especialista en hechos, y le incumbe analizar las situaciones y propuestas de diversas hipótesis compatibles con las limitaciones ecológicas. Los políticos, por su parte, actúan de conformidad con los valores que se han comprometido a defender. En un sistema democrático, su legitimidad se deriva de su elección. Se les elige precisamente para que escojan la opción que se ajuste a sus sistemas de valores. El cambio climático implica análisis técnicos muy complejos que no siempre están en consonancia con las orientaciones que los políticos han seleccionado.
Ética ambiental
Sin embargo, hay que reconocer que hemos entrado en una transición hacia una sociedad marcada decisivamente por los condicionamientos ecológicos. La participación de todos en su propia vida cotidiana, el trabajo de los distintos agentes económicos en sus respectivas actividades –desde las pequeñas y medianas empresas hasta los más poderosos consorcios multinacionales– y la participación tanto de los organismos estatales como de entidades intermediarias –sindicatos, federaciones empresariales, ONG, etc.–, son condiciones esenciales para una acción eficaz.
Porque la cuestión fundamental es el futuro de la humanidad. Lo que nos empuja a actuar es la comprensión de que el cambio climático incontrolado puede hacer que la vida humana en la Tierra sea mucho más difícil de lo que es, si no imposible. Conocemos el “principio de responsabilidad” que el filósofo alemán Hans Jonas formuló a finales del decenio de 1970, pensando precisamente en cuestiones ecológicas: “Actúa de manera tal que los efectos de tus actos sean compatibles con la permanencia de una vida auténticamente humana en la Tierra”. A partir de ahora, se trata de concebir una vida social contemporánea que incluya la preocupación por la sostenibilidad del sistema a muy largo plazo, y que abarque a las generaciones futuras en el ámbito de nuestras responsabilidades.
Estas preocupaciones ecológicas deben coexistir con las exigencias éticas contemporáneas, a saber, el respeto de los derechos humanos y el trato igualitario para todas las personas. No todas las poblaciones humanas son iguales ante el desafío climático. Paradójicamente, los países más pobres son a menudo los más afectados por el calentamiento descontrolado del planeta. Por lo tanto, el respeto de los derechos humanos debe conducir a un principio de solidaridad internacional que es lo único capaz de garantizar tanto la gestión global del cambio climático como medidas específicas para situaciones particularmente complejas. El principio de responsabilidad hacia las generaciones futuras y el principio de solidaridad de todos los seres humanos entre sí son esenciales para una gestión equitativa de la crisis ecológica. fuente correo de la UNESCO
Foto: Néle Azevedo (link is external) Bernard Feltz
El biólogo y filósofo belga Bernard Feltz es profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina. Sus investigaciones se centran en la filosofía de la ecología, las cuestiones bioéticas y las relaciones entre ciencia y sociedad. Actualmente es el representante de Bélgica en el Comité Intergubernamental de Bioética (CIGB) de la UNESCO.
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